domingo, 31 de mayo de 2009

Otelo: Entre el delirio y el deseo

Por Karina Suárez

La tenue luz delinea dos cuerpos con olor a muerte. Asesinato. La intriga es culpable y el amor es víctima y victimario porque encumbró a un hombre en la plenitud y súbitamente lo arrojó a los abismos de su ruina. Esta es la historia de Otelo.

Esta pieza teatral escrita a principios del siglo XVII por William Shakespeare, ha resurgido bajo la dirección de Claudia Ríos, quien conserva la esencia de los diálogos clásicos de una historia universal que expone los vicios y virtudes del alma humana.

En este escenario el espacio y el juego de luces se convierten en cómplices del relato y el espectador puede recrear junto con el actor el ambiente de las calles de Venecia, del puerto de Chipre, de su castillos y jardínes.

Amor, envidia y celos, artífices de la perdición de un valiente moro llamado Otelo (Hernán Mendoza), capaz de pelear contra de bravos ejércitos, de conquistar grandes extensiones de mar y tierra. Sin embargo pierde la batalla ante una enemiga silenciosa que fue minando poco a poco sus sueños… la intriga.

Una red de intrigas orquestada desde el ingenio de la envidia, encarnada en el personaje de Yago (Carlos Corona), alférez de Otelo, quien en sigilo manipuló los intereses de las personas implicadas para exponerlos. Él, siempre a salvo.



Más allá del villano, en Yago se encuentra la astucia de un hombre que comprendió cual era el punto de quiebra de un bravo capitán como Otelo: Su mujer.

Desdémona (Ana de la Reguera) es la musa de Otelo, beatitud bajo la que se esconde la pasión más exacerbada, fragilidad que inspira ternura, virginidad que despierta el deseo de un moro que en los límites de ese cuerpo hace su remanso de paz.

Esta mujer cuyo pañuelo inicia una marejada de mentiras y celos. Huracán que devasta toda confianza arrastrando entre sus turbias aguas un cariño sincero. Los celos de Otelo son tan fuertes como los deseos de hacer suya a Desdémona y de lograr que las provincias de su cuerpo se rindan nuevamente a sus besos.

La territorialidad, el hombre cree conocer la cartografía de su mujer como la palma de su mano, y por ello se enfurece al pensar que otro hombre ya ha recorrido los valles y mesetas de la piel de su doncella.

Es una paradoja que sea Otelo el nombre de esta pieza teatral, cuando son las mujeres, Desdémona y su doncella Emilia (Cecilia Suárez), las que desencadenan la felicidad y el fracaso de sus respectivos esposos: Otelo y Yago.

¿Pero qué saben ellos de los deseos de la mujer y de sus pensamientos? Esta es una cuestión que se revela a través de Emilia, una mujer desengañada de esa falacia llamada amor, quien calla pero no perdona. Su voz será la justicia y a la vez su perdición.

Porque el mounstro del ingenio del ‘leal’ Yago no es capaz de controlar un minúsculo elemento de su plan: la voz de su mujer, Emilia, quien se convierte en la ruina de su ambicioso marido. Error de soberbia, pues Yago nunca comprendió la fuerza de su mujer.

Otelo, tragedia clásica donde la mujer es principio y fin, ángel y demonio que encumbra al hombre más valiente a la gloria, pero que también ensombrece su destino hasta el punto de su destrucción.

“Muera el amor y con ello los celos”
Otelo